domingo, 3 de enero de 2010

Cuestión de actitud


Van pasando estos días de descanso en los que estoy aprendiendo cosas importantes de la práctica de la vida. En los últimos tiempos estoy dedicándome a hacer cosas que no he hecho nunca y a empezar de cero nuevas actividades, en primavera y verano fue el golf y estas vacaciones de navidad ha sido el esquí. De verdad que están siendo gratificantes las experiencias pues están funcionando para mi como espejo de mis debilidades, también de alguna fortaleza.
La teoría la sabemos muy bien, sin embargo a la hora de la verdad nuestras debilidades afloran y nuestra habitualidad se apodera de nosotros. Menos mal que alguna vez somos capaces de visualizarlo y dar un golpe de timón para cambiar el rumbo.
La cosa es que el lunes pasado estaba en la tercera clase, la segunda para mi pues el día anterior la telecabina que sube a Panticosa sufrió una avería que hizo que llegara tarde y perdiera a mi grupo y por tanto mi segunda clase. ¡Qué tragedia! Yo que soy la más patosa entre las patosas (otro día hablaremos del efecto pigmalión; la cuestión es que toda la vida me han estado diciendo lo patosa que soy y eso hace que me sienta realmente patosa, tanto que hasta ahora nunca me había atrevido a realizar ninguna actividad que no fuera entre cuatro paredes). Bien, desde ese momento empecé a auto lanzarme mensajes como "la llevas clara", "van a progresar un montón y tú aún sin dominar la cuña", "vas a hacer el ridículo", etc. etc.etc. Con esas me presenté a la tercera clase. Efectivamente, todos habían aprendido a hacer giros y yo ni idea. Continuaba con mis pensamientos negativos que lo único que consiguieron fue bloquearme, enfadarme, sufrir. Cuando regresé a casa estuve pensando en ello y en todo el rollo que suelto por ahí en relación a la importancia de la actitud y todo ese rollo y decidí aplicarme el cuento. Al día siguiente fui con actitud positiva, dispuesta a aprender, a probar, a caerme y reírme si fuera necesario y por supuesto a disfrutar de la experiencia. Y la cosa cambió y de qué manera. A pesar de que hizo un día de perros, de que acabé mojada hasta los huesos, disfruté, probé, hice lo que pude, me reí y no me caí ni una sola vez.
En fin, la cosa cambia dependido de la actitud con la que nos enfrentemos a las experiencias, sean estas nuevas o no.
Me encantó conocer a Ainhoa en el curso, me apunto una cosa que me repitió varias veces, una vez cumplidos los 40 las cosas se ven de diferente manera y se quita hierro a muchas cosas, "es como si te pusieras un chubasquero y algunas cosas te resvalan como el agua". No se trata de convertirse en pasotas, pero sí de relajarse, de perder el miedo al ridículo y de reconocer que la perfección no existe y que con nuestras limitaciones debemos convivir tratando de sacar lo mejor de nosotros disfrutando de cada experiencia en lugar de sufriendo. Espero poder conseguirlo en 2010, sin tener que esperar a cumplir los 40.

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