lunes, 12 de enero de 2009

Donde dije digo, digo diego.

No he podido escribir estos últimos días porque la verdad es que he estado sumergida en vivir la Navidad con mis peques y en tratar de aclarar mis deseos profesionales. Lo de los deseos profesionales es importante pues he estado barajando dos posibilidades de muy diferente tipo y, como todo en la vida, cada cual tiene sus pros y sus contras. Optar por lo que te aporta ilusión por trabajar ha sido mi decisión, pero… A veces resulta más complicado gestionar las consecuencias que se derivan de una decisión que tomarla. Y en esas me encuentro.
Cuando uno toma una decisión está eso que los economistas denominan coste de oportunidad y que no es otra cosa que lo dejas en el camino por la decisión tomada, lo que ya no obtendrás, lo que pierdes. Todo este rollo viene a que cuando profesionalmente tomamos la decisión de cambiar de trabajo rompemos una promesa; la de permanecer en la empresa a la que perteneces en ese momento. Romper una promesa es incumplirla y eso va directamente en contra de la confianza. Pero, ¿podemos hacer algo porque esa confianza depositada en nosotros no se rompa? O ¿podemos hacer algo para que nuestra imagen pública no se vea seriamente dañada?
La respuesta es positiva. Podemos:
- Comunicar de forma inmediata la decisión tomada a la persona o personas afectadas.
- Plantear con sinceridad la razón por la que no vas a cumplir con lo que prometiste.
- Ofrecer alternativas, ayuda, etc. para que los efectos negativos de la decisión tomada sean lo menores posibles.
A esto le llamamos gestionar el incumplimiento de las promesas.
Y es que a veces no sabemos lo que la vida nos puede deparar y lo que creíamos que íbamos a cumplir puede que no lo cumplamos, con lo que nos duele. De lo que se trata es de no dejar víctimas en el camino.

Sentitzen dut Inazio.

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